sábado, 29 de noviembre de 2008

Merry Christmas Mr. Lawrence



Merry Christmas, Mr. Lawrence (1983), Nagisa Oshima

Gottfried Benn





I

Los seres humanos son ceniza,
ceniza a la orilla de los ríos,
lamentarse y caminar
junto a aguas sagradas;
un fuego los quema,
un nombre los nombra,
que descansa hondo en el ser
de la creación eterna.

I

Menschen sind Asche,
Asche an Flüssen,
Wehn und Wandern
an heiliger Flut;
ein Feuer brennt sie,
ein Name nennt sie,
der tief im Sein
der ewigen Schöpfung ruht.

Gottfried Benn, Antología poética
Traducción: Arturo Parada, Cátedra

Vicente Valero






XXIII


En los espinos he dejado cada día mi sangre.
Mi sangre en este bosque es verde.
Cuando florecen los espinos, también mi sangre es nueva.
Así he aprendido a florecer.
Así he aprendido a contemplar mi sangre.


Vicente Valero, de Días del bosque
Visor

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Dice el signo






Un dios ha sonreído sobre el mundo
floreciente de rosas lanzas de oro.
Los vientos y las vírgenes desnudan
la piedra en donde asciende el horizonte.
Cristal de muchedumbres desvariadas;
las aguas subcelestes se reaniman
y un cántico nupcial se desmorona
golpeando la sangre transparente
con su estéril conjunto de esmeraldas.

Cartago se parece a mi tristeza.
Yo voy por una senda enmudecida.
Un cisne se debate allá a lo lejos
e inundadas dulzuras lo rodean.
Dolientes litorales, selvas blancas,
constituyen su desbordante cerco,
debajo de esos labios extendidos
de ese monte de luz, de esa muralla.

Como un vuelo pausado vienen voces.
"Esclavo fugitivo" dice el signo.
Idiomas abolidos me recobran
y un clamor enlutado me sacude.
Mi corazón, abierto en tus rodillas,
Oh sombra desatada, llama dura,
espera el retroceso. No es posible
caer desde tan hondo como canto,
no es posible quebrarse las pupilas,
huir con los cabellos abrasados,
llorar sobre una ausencia tan cercana.

Intocables doncellas ponen sellos
de muerte a los palomos en el pico.
Elevadas ciudades de cemento
me rechazan, lo sé. Pasan las nubes.
Exóticos océanos antiguos
reclaman el incienso que consumo.
"Regresa" llevo escrito entre los ojos.
Y miro aquella línea de jacintos,
aquella negra plata entre la nieve,
aquellos rizos suaves del olvido
temblar en supliciado desconcierto.

En pie sobre esta orilla que se aleja
recito mis recuerdos. Permanezco
parado ante las cosas que me asaltan.
Consulto consteladas destrucciones,
agoto mi rumor ante ese cuerpo
herido rudamente por el alba,
cerrado a las estrellas y a los besos.

Un templo asesinado se levanta,
un templo hecho de páginas de sangre
floreciente de verdes lanzas de oro.
Su mármol asistido de amapolas
reúne los motivos de la angustia,
ampara los rebaños ateridos.

No sé cuál es mi nombre ni mi patria,
no tengo propiedades ni caricias,
abandonos intensos me residen.
Contemplo un gran paisaje emocionante
donde siempre atardece cuando llego.
Cartago me sonríe entre la espuma.
"Esclavo fugitivo" dice el signo.

Juan-Eduardo Cirlot, en Obra poética, Cátedra

Yves Tanguy - The Invisibles


Yves Tanguy, The Invisibles (1951)

Aire y luz y tiempo y espacio - Charles Bukowski






"¿sabes?, o era la familia, o el trabajo, siempre
había algo que se
interponía,
pero ahora
he vendido la casa y he encontrado este
lugar, un estudio amplio, tendrías que ver el espacio y
la luz.
por primera vez en mi vida tengo tiempo y un lugar adecuado para
crear".

no, chico, si quieres crear
crearás aunque trabajes
16 horas al día en una mina de carbón
o
estés en el paro
y vivas en un cuartito
con 3 críos,
crearás aunque te hayan arrancado partes del cuerpo
y de la mente,
crearás estando ciego
inválido
loco,
crearás aunque un gato se te encarame por
la espalda y
la ciudad entera tiemble sacudida por un terremoto o por las bombas,
las inundaciones o los incendios.

chico, el aire y la luz y el tiempo y el espacio
no tienen nada que ver
y no crean nada
excepto quizá una vida más larga que te permita
encontrar más
excusas.

Charles Bukowski, de Poemas de la última noche en la tierra
Traducción de Eduardo Moga, DVD Ediciones

sábado, 15 de noviembre de 2008

Conde Draco - Count Von Count

Atlantic City - L. Malle




Louis Malle, Atlantic City (1980)

Al fondo de todo esto duerme un caballo - Gonzalo Rojas






Al fondo de todo esto duerme un caballo
blanco, un viejo caballo
largo de oído, estrecho de
entendederas, preocupado
por la situación, el pulso
de la velocidad es la madre que lo habita: lo montan
los niños como a un fantasma, lo escarnecen, y él duerme
durmiendo parado ahí en la lluvia, lo
oye todo mientras pinto estas once
líneas. Facha de loco, sabe
que es el rey.

Gonzalo Rojas, en Metamorfosis de lo mismo
Colección Visor

El silencio de la sirenas - F. Kafka






Dices que debo seguir bajando, pero ya estoy muy abajo, se me corta la respiración, aquí mismo ya casi es demasiado profundo, pero ya que ha de ser así, estoy dispuesto a quedarme. ¡Qué espacio! Es probablemente el lugar más profundo. Así y todo me quiero quedar; eso sí, no me obligues a seguir bajando.

1920

Franz Kafka, de El silencio de la sirenas. Escritos y fragmentos póstumos

sábado, 8 de noviembre de 2008

La leyenda de la ciudad sin nombre




Joshua Logan, Paint your wagon (1969)

Georg Trakl






XII

Soy en alta medianoche
playa muerta y mar callado,
muerta playa, te he olvidado.
Soy en alta medianoche.

Soy en alta medianoche
cielo donde estrella fuiste,
cielo sin dios, cielo triste.
Soy en alta medianoche.

Soy en alta medianoche
de mujer no concebido,
sin esencia, jamás sido.
Soy en alta medianoche.


Georg Trakl, de Canto a la noche, Antología, Seix Barral
Traducción: Angélica Becker

El escudo de Aquiles - W. H. Auden






Ella miró sobre su hombro
Buscando viñedos y olivos,
Urbes de mármol bien reinadas
Y naves en mares indómitos,
Pero allí en el metal brillante
Sus manos sólo habían puesto
Un triste yermo artificioso
Y un cielo semejante a plomo.

Un llano sin facciones, despojado y parduzco:
Ni una brizna de hierba, ningún signo de vida,
Si nada que comer ni sitio en que sentarse;
No obstante, congregada en su lienzo vacío,
Se alzaba, incomprensible, una gran multitud,
Un millón de miradas y de botas en fila,
Carentes de expresión, aguardando algún signo.

Salida de la nada, una voz incorpórea
Mostró con estadísticas que la causa era justa
En tonos tan adustos y chatos como el llano:
Nadie fue jaleado ni hubo discusión;
Columna tras columna en enjambres de polvo
Iniciaron su marcha soportando una fe
Cuya lógica llevaría sus pasos hasta la aflicción.

Ella miró sobre su hombro
Buscando piedades rituales,
Novillas con guirnaldas blancas,
Libaciones y sacrificios,
Pero allí en el metal brillante,
Donde el altar debiera hallarse,
Vio a la tenue luz de la forja
Una escena muy diferente.

Un terreno arbitrario con alambres de espino
Donde los oficiales holgaban aburridos (uno contaba un chiste)
Y los guardas sudaban, pues hacía calor:
Un grupo de personas normales y decentes
Miraba desde fuera sin moverse ni hablar
Mientras tres sombras pálidas eran encadenadas
A tres postes clavados de pie sobre la tierra.

La masa y majestad de nuestro mundo, todo
Lo que comporta un peso y no cambia al pesarse
Se hallaba en manos de otros; dado que no eran grandes
No cabía esperar ayuda y no la hubo:
Lo que sus enemigos pretendían hacerles se hizo, y los peores
Buscaron deshonrarles; si perdieron su orgullo,
Sus cuerpos perecieron después que ellos lo hicieran.

Ella miró sobre su hombro
Buscando atletas en sus juegos,
Hombres y mujeres danzando,
Desplegando sus dulces miembros
Al ritmo alerta de la música
Pero allí en el metal brillante
No había un patio para el baile,
Tan sólo un campo de hierbajos.

Un golfillo harapiento caminaba sin rumbo
Por aquella orfandad deshabitada; un pájaro
alzó el vuelo, esquivando el vuelo de su piedra:
Que hubiera violaciones, que dos niños rajaran a un tercero
Eran axiomas para él, que nunca oyera hablar
De un mundo donde las promesas se mantenían,
O en el que uno lloraba porque alguien más lloraba.

El forjador de labios finos,
Hefesto, se fue renqueando,
Y Tetis, la de bellos bucles,
Lanzó un grito de desconsuelo
Al ver lo que el dios concibiera
Para honrar a su hijo, el fuerte
Aquiles Corazón de Hierro
Que larga vida no tendría.



The Shield Of Achilles


She looked over his shoulder
For vines and olive trees,
Marble well-governed cities
And ships upon untamed seas,
But there on the shining metal
His hands had put instead
An artificial wilderness
And a sky like lead.

A plain without a feature, bare and brown,
No blade of grass, no sign of neighborhood,
Nothing to eat and nowhere to sit down,
Yet, congregated on its blankness, stood
An unintelligible multitude,
A million eyes, a million boots in line,
Without expression, waiting for a sing.

Out of the air a voice without a face
Proved by statistics that some cause was just
In tones as dry and level as the place:
No one was cheered and nothing was discussed;
Column by column in a clound of dust
They marched away enduring a belief
Whose logic brought them, somewhere else, to grief.

She looked over his shoulder
For ritual pieties,
White flower-garlanded heifers,
Libation and sacrifice,
But there on the shining metal
Where the altar should have been,
She saw by his flickering Forge-light
Quite another scene.

Barbed wire enclosed an arbitrary sopt
Where bored officials lounged (one cracked a joke)
And sentries sweated for the day was hot:
A crowd of ordinary decent folk
Watched from without and neither moved nor spoke
As three pale figures were led forth and bound
To three posts driven upright in the ground.

The mass and majesty of this world, all
That carries weight and always weighs the same
Lay in the hands of others; they were small
And could not hope for help and no help came:
What their foes liked to do was done, their shame
Was all the worst could wish; they lost their pride
And died as men before their bodies died.

She looked over his shoulder
For athletes at their games,
Men and women in a dance
Moving their sweet limbs
Quick, quick, to music,
But there on the shining shield
His hands had set no dancing-floor
But a weed-choked field.

A ragged urchin, aimless and alone,
Loitered about that vacancy; a bird
Flew up to safety from his well-aimed stone:
That girls are raped, that two boys knife a third,
Were axioms to him, who'd neer heard
Of any world where promises were kept,
Or one could weep because another wept.

The tin-lipped armorer,
Hephaestos, hobbled away,
Thetis of the shining breasts
Cried out in dismay
At what the god had wrounght
To please her son, the strong
Iron-hearted man-slaying Achilles
Who would not live long.


W. H. Auden, El escudo de Aquiles, en Los señores del límite, Galaxia Gutenberg
Traducción: Jordi Doce

sábado, 1 de noviembre de 2008

Le plaisir - Max Ophüls




Max Ophüls, Le plaisir (1952)

Estudio de Inocencio X de Velázquez - F. Bacon


Francis Bacon, Estudio de Inocencio X de Velázquez (1953)

Pierre de Ronsard






A SU AMADA


Vamos a ver, muchacha, si la rosa
que esta misma mañana se vistió
con ropaje de púrpura a la luz,
no habrá perdido ya al caer la tarde
los purpúreos pliegues de su manto
y su color tan semejante al tuyo

Pero ya ves cómo en tan breve tiempo,
ay, muchacha, se empieza a deshojar
y caen en la tierra sus bellezas.
¡Oh, tú, naturaleza, cruel madrastra,
pues una flor así tan sólo dura
desde que sale el sol hasta la noche!

Hazme caso, muchacha, mientras luzcas
ese esplendor que dan los años jóvenes,
cuando todo es galano y recién hecho,
goza tu juventud, no esperes más,
pues la vejez lo mismo que a esta flor
marchitará algún día tu belleza.


A SA MAISTRESSE

Mignonne, allons voir si la rose
Qui ce matin avoit desclose
Sa robe de pourpre au Soleil,
A point perdu ceste vesprée
Les plis de sa robe pourprée,
Et son teint au vostre pareil.

Las! voyez comme en peu d'espace,
Mignonne, elle a dessus la place
Las! las! ses beautez laissé cheoir!
O vrayment marastre Nature,
Puis qu'une telle fleur ne dure
Que du matin jusques au soir!

Donc, si vous me croyez, mignonne,
Tandis que vostre âge fleuronne
En sa plus verte nouveauté,
Cueillez, cueillez vostre jeunesse:
Comme à ceste fleur la vieillesse
Fera ternir vostre beuaté.


Pierre Ronsard, Poesía, traducción: Carlos Pujol
Editorial Pre-Textos

Tristán e Iseo






(...) Cuando se aproximan al lugar se detienen. El florestero le sostiene el estribo, el rey descabalga y ata las riendas a una rama de manzano verde. Se acercan a la cabaña. El rey se despoja de su manto: aparece su cuerpo robusto y gallardo. Hace señas al florestero para que se retire. Desenvaina la espada y avanza dispuesto a la venganza. Blande su arma, va a golpearlos (¡Dios! ¡Qué desgracia si lo hiciera!). Pero ve que Iseo lleva puesta su camisa y Tristán sus calzas, sus bocas no se juntan, la espada desnuda separa sus cuerpos.
-¡Dios mío! -exclama-. ¿Debo matarlos? Si se amasen con loco amor no dormirían vestidos, la espada desnuda entre ellos.
Contempla sus rostros: Iseo le parece más bella que nunca. La fatiga la había dormido y coloreado sus mejillas. Un rayo de sol caía sobre su rostro. El rey coloca su guante sobre el hueco por el que se filtra el rayo que abrasa el rostro de la reina. Suavemente sustituye el anillo de Iseo por el suyo y coloca su espada en el lugar de la de Tristán, con la que un día su sobrino había matado al Morholt. Antaño, cuando el rey le había regalado el anillo, entraba con dificultad: tanto había adelgazado Iseo en su vida de fugitivos que ahora se le escapaba del dedo y era milagro si no lo perdía. El rey sale de la cabaña, despide al florestero y emprende su viaje de regreso. Renuncia a tomar venganza y oculta celosamente a todos lo ocurrido.


Tristán e Iseo
Biblioteca artúrica, Alianza Editorial